"LOS SENTIDOS DEL CRISTIANO"
Si examinamos bien cuales son los sentidos en que los cristianos debemos trabajar, nos encontramos
con dos importantes:
MIRAR
ESCUCHAR
MIRAR
Vemos lo que tenemos alrededor porque nos llega la luz. Gracias a la luz del sol, o de cualquier otro foco lumínico, tomamos consciencia de dónde estamos-
Cuando la vista se torna consciente, se convierte en mirada y, cuando la mirada se maravilla por lo que ve, se convierte en contemplación. Con la percepción sensorial, empieza lo que concluye con un agradecimiento por todo y en todo.
Jesus dice <yo soy la luz del mundo> y comprendemos que todo recibe su presencia porque esta illuminado por
el desde fuera como un sol o desde adentro, cual chispa interior.
La mirada es el sentido de la esperanza porque nos anuncia objetos, personas o acontecimientos que están a ki- lómetros de distancia, o quizás a años luz. Y aun así, los percibimos aquí y ahora. No están, pero los hemos visto y ello sostiene nuestro paso, como el de los sabios de Oriente que habían visto salir a la estrella del recién nacido Rey de los judíos.12
La mirada también es el sentido de la fe porque percibe aquello que se ve y, a su vez, intuye lo que allí palpita. Igual que lo percibió el amado discípulo, que, entrando en el sepulcro vacío y observando las vendas y el sudario, «vio y creyó».
Finalmente, la mirada es el sentido del amor, ya que la vista, por gracia, se transforma en contemplación y la contemplación lleva a amar todo en Aquel, que es la luz del mundo.
En definitiva, el sentido de la vista, mediante la luz que es Jesús, nos ayuda a acoger al Señor de la vida.
ESCUCHAR
Escuchar pide más proximidad que mirar: el contacto visual permite la distancia, pero para escuchar debemos acercarnos, a no ser que el sonido nos llegue limpio y claro.
Del mismo modo que para ver necesitamos la luz que todo lo ilumina, para escuchar bien necesitamos silencio. El silencio es la ausencia de ruidos externos que nos posibilita poner toda la atención en el estímulo acústico y entenderlo. En nuestro caso, anhelamos sentir la Palabra que nos transformará.
Pero escuchar también requiere silencio interior, aquel que nos libera del autocentramiento. El silencio interior nos permite escuchar y ser pacientes para esperar que el otro se comunique cuando quiera o cuando pueda.
Todo empieza con una actitud interrogativa de quien admite no tener la verdad y confía que el otro le ayude a completarla un poco más. Porque, si en nuestro interior ya presuponemos lo que el otro va a decir, nos cerramos y no logramos entender nada.
Con el sentido del oído, escuchamos la Palabra de Dios que nos interpela, nos atrae y nos hace salir de la zona de confort. Y cuando en comunidad escuchamos esta Palabra, brota entre nosotros un manantial de significado que supera con creces la suma de interpretaciones individuales.
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con dos importantes:
MIRAR
ESCUCHAR
MIRAR
Vemos lo que tenemos alrededor porque nos llega la luz. Gracias a la luz del sol, o de cualquier otro foco lumínico, tomamos consciencia de dónde estamos-
Cuando la vista se torna consciente, se convierte en mirada y, cuando la mirada se maravilla por lo que ve, se convierte en contemplación. Con la percepción sensorial, empieza lo que concluye con un agradecimiento por todo y en todo.
Jesus dice <yo soy la luz del mundo> y comprendemos que todo recibe su presencia porque esta illuminado por
el desde fuera como un sol o desde adentro, cual chispa interior.
La mirada es el sentido de la esperanza porque nos anuncia objetos, personas o acontecimientos que están a ki- lómetros de distancia, o quizás a años luz. Y aun así, los percibimos aquí y ahora. No están, pero los hemos visto y ello sostiene nuestro paso, como el de los sabios de Oriente que habían visto salir a la estrella del recién nacido Rey de los judíos.12
La mirada también es el sentido de la fe porque percibe aquello que se ve y, a su vez, intuye lo que allí palpita. Igual que lo percibió el amado discípulo, que, entrando en el sepulcro vacío y observando las vendas y el sudario, «vio y creyó».
Finalmente, la mirada es el sentido del amor, ya que la vista, por gracia, se transforma en contemplación y la contemplación lleva a amar todo en Aquel, que es la luz del mundo.
En definitiva, el sentido de la vista, mediante la luz que es Jesús, nos ayuda a acoger al Señor de la vida.
ESCUCHAR
Escuchar pide más proximidad que mirar: el contacto visual permite la distancia, pero para escuchar debemos acercarnos, a no ser que el sonido nos llegue limpio y claro.
Del mismo modo que para ver necesitamos la luz que todo lo ilumina, para escuchar bien necesitamos silencio. El silencio es la ausencia de ruidos externos que nos posibilita poner toda la atención en el estímulo acústico y entenderlo. En nuestro caso, anhelamos sentir la Palabra que nos transformará.
Pero escuchar también requiere silencio interior, aquel que nos libera del autocentramiento. El silencio interior nos permite escuchar y ser pacientes para esperar que el otro se comunique cuando quiera o cuando pueda.
Todo empieza con una actitud interrogativa de quien admite no tener la verdad y confía que el otro le ayude a completarla un poco más. Porque, si en nuestro interior ya presuponemos lo que el otro va a decir, nos cerramos y no logramos entender nada.
Con el sentido del oído, escuchamos la Palabra de Dios que nos interpela, nos atrae y nos hace salir de la zona de confort. Y cuando en comunidad escuchamos esta Palabra, brota entre nosotros un manantial de significado que supera con creces la suma de interpretaciones individuales.
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